Hace 539
años, el 14 de diciembre de 1476 en su castillo de Transilvania
(actual Rumania), falleció el conde Vlad Drácula, apodado el
Empalador, por empalar a miles de sus enemigos durante su reinado
como Príncipe de Valaquia entre 1456 y 1462.
El
auténtico Drácula fue un noble rumano oriundo de Valaquia que
dejaría el recuerdo insufrible de los cruentos padecimientos a los
que sometió a los suyos , a su propio pueblo (toda una población
aterrorizada), como a los extranjeros. Pocos dudaban de la
enajenación de Vlad IV y el placer que experimentaba sometiendo a
tortura a cientos de sus súbditos. Por eso, sus crímenes hicieron
que se le conociese como Drácula, que significa el hijo del Diablo.
El verdadero Drácula, como personaje real, pasaría a la Historia
como Vlad IV el Empalador.
Vlad se
sentó en el trono de su país a los 18 años, bien es cierto que, al
principio, como soberano títere de los turcos. De su contacto con
los otomanos, por cierto, aprendió el horrible suplicio del
empalamiento que después, en cuatro años de locura, utilizaría
hasta la saciedad. Una vez que se pudo liberar de sus carceleros,
volvió a Valaquia y, en 1437, se autoproclamó Cristo Dios, gran
príncipe de Hungro-Valaquia.
Insaciable
en su necesidad de matar y hacer sufrir, se enemistaba constantemente
con todos los que le rodeaban en un afán —¿de supervivencia?—
por incrementar el número de sus futuras víctimas. Una vez éstas
adquirían una realidad evidente, Vlad las mataba de mil y una
maneras, sobre todo a través del empalamiento. Pero su fértil
imaginación y sus instintos sádicos no se tomaban un respiro y
ensayaba nuevos sistemas de mandar al mundo de los difuntos a miles
de potenciales víctimas.
Así, un
día hirvió vivo a un gitano acusado de ladrón, y obligó a su
familia a que se lo comiesen después. El número de sus víctimas se
contaron por miles que aparecían incluso aumentadas por el boca a
boca de los aterrados habitantes del lugar. En Schylta ordenó matar
a 25.000, y en una ciudad cercana, el día de San Bartolomé de 1460,
empaló a 30.000. A una concubina que le comunicó su embarazo,
ordenó que le abrieran el vientre a ver si era verdad.
Provisionalmente
puso fin a este estado de cosas el rey Matías de Hungría, que lo
encerró durante una docena de años por ver si se calmaba en su
frenesí sangriento. Fueron sus propios súbditos los que, asqueados
de sus procedimientos torturadores, lo denunciaron al rey de Hungría.
En su prisión, Vlad no demostró, precisamente, arrepentimiento
alguno; por el contrario, sobornaba a sus guardianes para que le
proveyeran de ratones y otros animales a los que, para no olvidarse
de su obsesión, se distraía empalándolos. Salió en libertad en
1474, y, al parecer, con ganas de pelear, ya que se metió en una
nueva guerra con los turcos, luchando frente a los cuales murió, en
una cruenta batalla, a los 45 años de edad. Los otomanos le
cercenaron limpiamente la cabeza y la enviaron, previamente
conservada e introducida en miel, al sultán de Constantinopla.
Como se
advierte al principio, y a pesar de sus monstruosidades, nada abona
la acusación contra Vlad IV de ser un bebedor de sangre, o de
desdoblarse en vampiro. El error, propagado a través de la
celebérrima novela de Bram Stocker más de tres siglos después,
pudo deberse a que, en rumano, Drac significa diablo; y en
Molda via Drakul es sinónimo de vampiro, ese animal que necesita
beber sangre caliente para sobrevivir. Resulta obvio que, comparado
con el auténtico Vlad IV, el pobre personaje de la citada novela y
de tantos films era un buen cadáver que regresaba pronto a su ataúd.
Vlad IV acabó mal, muy mal.
Y, sin
embargo, en la memoria colectiva de Transilvania, se fue
transmitiendo la leyenda del gran héroe nacional Vlad IV, el cual
—para algunas gentes—, si las cosas se ponen feas, volverá de
nuevo para salvar a su pueblo. Aunque, entre ese mismo pueblo,
también la leyenda del Empalador se ha utilizado siempre para
asustar a los niños revoltosos…
Pocos
personajes habrán alcanzado una tan amplísima gama como este
vampiro salido de la imaginación del escritor Bram Stocker. Y
también será difícil encontrar una concordancia más pobre que
entre este muerto viviente y el personaje histórico al que le robó
el nombre. Porque Vlad IV apodado por sus súbditos como Drácula con
ser un ser despreciable y sanguinario, nada tenía que ver con el
longevo conde que cada noche sale a beber su dosis de hemoglobina
necesaria para seguir no y viendo por los siglos de los siglos.
En fin,
a no ser por Stocker y, sobre todo, por el séptimo arte, que entró
a saco en esta historia increíble, el verdadero Vlad apenas sería
conocido en otros lugares que no fuesen sus apartadas montañas de
los Cárpatos, como mucho, algunas comarcas próximas. En cuanto a
las comparaciones, el auténtico Drácula sería mucho más aterrador
que el de ficción y, por desgracia, la presencia de un crucifijo
frente al rey de Valaquia, se demostró inútil para poder salvar a
ninguna de sus numerosas víctimas.
En la
historia del cine hay un título, Nosferatu, de Murnau, en los años
20, que es un clásico, los vampiros con forma humana llenarían las
pantallas, pero prácticamente nadie se atrevió, que se sepa, a
trasladar a imágenes la auténtica biografía del Empalador, quizás
porque las mordeduras del conde-vampiro son de alguna manera
asumibles y los suplicios de Vlad no.
Este si
que da miedo...
Y este Drácula,¡está de miedo!!!, ¡que no es lo mismo!!! |
2 comentarios:
Dracula, como nos cuenta la historia, el chupacabras, la llorona, el Duke de Alva, el jinete sin cabeza, las lechugas por la noche, o simple mente de ir a un cementerio a media noche, todo eso es muy interesante y hasta da miedo. El cine le a dado a Dracula muncho que hablar y claro se pasa de la cuenta con lo que se dice. Pero a que muebe la imaginacion y a veces te pones a temblar.
Son Lechusas no lechugas.
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