Es probablemente la historia más rara vinculada a la religión católica.
Un día, el dueño de Guinefort, que era un caballero que vivía en un castillo en Villars-les-Dombes, lo dejó con su hijo de pocos meses. Cuando regresó el caballero, vio sangre en el hocico del perro, y al ver la cuna vacia penso que el perro lo había devorado. Llevado por el dolor empezo a golpear al perro hasta matarlo.
Luego se percató al oir el llanto de que su hijo estaba vivo, en el suelo junto a la cuna y entonces encontró a su lado una serpiente muerta.
El caballero, arrepentido, le hizo al perro una tumba cubierta de piedras y con plantas alrededor.
La historia del perro valiente empezo a hacerse conocida entre los campesinos que comenzaron a visitar la tumba y poco a poco se convirtió en lugar de peregrinación donde empezaron a adorar al perro
y atribuirle milagros de curación y protección de niños enfermos
La tumba se convirtió en lugar de devoción y a partir de entonces considerado Guinefort como un santo que protegía a los niños.
El rito llegó a oidos del Vaticano que a pesar de aceptar algunos hechos milagrosos atribuidos al perro, prohibió su culto. Finalmente la Santa Inquisición exhumo los restos del perro que luego fueron quemados y su culto fue considerado herejía, pero a pesar de todo persistio hasta 1930
Su festividad se celebraba el 22 de agosto
La tumba se convirtió en lugar de devoción y a partir de entonces considerado Guinefort como un santo que protegía a los niños.
El rito llegó a oidos del Vaticano que a pesar de aceptar algunos hechos milagrosos atribuidos al perro, prohibió su culto. Finalmente la Santa Inquisición exhumo los restos del perro que luego fueron quemados y su culto fue considerado herejía, pero a pesar de todo persistio hasta 1930
Su festividad se celebraba el 22 de agosto
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