sábado, 9 de mayo de 2015

Hoy es el día mundial de las aves migratorias


Os habéis preguntado alguna vez, ¿Qué impulsa a las aves a migrar y por qué recorren unas rutas y no otras? ¿Cómo determinan el rumbo?

Para dar respuesta a todos estos interrogantes, los científicos investigan hoy en nuevos campos de estudio como la genética, la orientación y el biorritmo.

Fue el pensador, filósofo y naturalista Aristóteles quien inició el estudio de la migración hace unos 2.300 años. Y lo hizo con un error. Según enseñaba el macedonio, la mayoría de las aves pasaban el invierno durmiendo. Hoy, al contrario de lo que se pensaba entonces, todo el mundo sabe que las aves migratorias se dirigen al sur en otoño, es decir, que son extremadamente activas. Y aún más, en primavera. Además, siempre podemos consultar un libro ornitológico y conocer a qué destinos viajan diversas especies, qué rutas toman, qué records han conseguido o cuántas aves viajan dos veces al año entre sus áreas de cría y de hibernación.

Para alcanzar tanto conocimiento han sido necesarios años de estudio y dedicación. La pasión detrás de los catalejos y el afán por anillar y grabar ecos nocturnos de radar no conoce límites. Emisoras abastecidas con energía solar, como las que algunas aves llevan ahora, notifican vía satélite la posición de los individuos, varias veces al día, estén donde estén en el planeta. Para las especies más fuertes (como los albatros, las grullas, águilas, ratoneros y cigüeñas) ha comenzado la era del ave migratoria totalmente vigilada desde que se desarrolló una pequeña caja negra. Sobre todo, para la cigüeña blanca. Ninguna especie es observada tan completamente desde que la estación ornitológica de Radolfzell (Alemania), una dependencia del Instituto Max Planck de Ornitología situada a orillas del lago de Constanza, comenzara a equipar algunos ejemplares con emisoras en 1991. Ahora son 120.
El itinerario correcto sin ayudas

Aristóteles no dispuso de tantos datos en su época, pero al menos consideró la posibilidad de que algunas especies, como grullas y pelícanos, marcharan huyendo del frío. Casi dos milenios más tarde, en 1899, el profesor danés H. C. C. Mortensen, harto de tanta especulación y tantas anécdotas de fuentes que no se podían verificar, inventó un método del que esperaba respuestas fiables: preguntó a las mismas aves. Para ello, capturó tantos ejemplares como pudo, fijó un anillo metálico con su dirección postal en la pata de cada animal, apuntó la especie, la edad, el sexo, la fecha y el número del anillo y los soltó. Pronto ocurrió lo que había esperado: le llegaron respuestas de muchos países y continentes. Los remitentes le escribieron cuándo y dónde habían encontrado las aves (la mayoría de las veces, muertas) y le devolvieron los anillos. Eran pruebas irrefutables. En el mapamundi de Mortensen empezaron a surgir direcciones, rutas y destinos. Sólo a grandes rasgos, pero con más precisión que nunca.

La idea puesta en marcha por el danés contagió a los ornitólogos como un virus, convirtiéndose en un movimiento mundial. Se instalaron estaciones de anillamiento y se fundaron bases ornitológicas. Cada vez más gente participaba en este experimento que por fin ofrecía datos reales y, por lo tanto, una sólida base científica. Hasta el día de hoy, biólogos y ayudantes voluntarios han anillado unos 200 millones de aves y, gracias a más de dos millones de respuestas, han obtenido unaimagen global de la migración de las aves. Con cada anillo devuelto, la imagen se hace más precisa.

La huella de los anillos ha permitido a los ornitólogos observar si las aves avanzan en un frente ancho o estrecho, dónde giran, dónde descansan. Poco a poco han logrado desentrañar un intrincado sistema de destinos, rutas y estrategias –no sólo de especies distintas, sino también de poblaciones diversas de la misma especie–. De la cigüeña blanca, por ejemplo, se sabe que una “población occidental” se dirige al oeste de África central a través de Gibraltar; pero además existe una “población oriental”. Esta elige el camino a través del Bósforo, Israel, la península del Sinaí, Egipto y finalmente, África oriental o meridional.

Los hábitos migratorios de las cigüeñas blancas han variado mucho durante los últimos años.

Hace muchos años la cigüeña blanca invernaba en África y su llegada desde las remotas tierras africanas nos marcaba el inicio de la primavera. Ya en los años cincuenta del siglo pasado, se comenzó a observar la invernada de algunas cigüeñas en el sur de España. Y en las últimas décadas cada vez más cigüeñas blancas invernan en España: se ha detectado un importante cambio en su conducta migratoria.

De las 7.500 cigüeñas contadas en nuestro país durante el invierno de 1995 se pasó a las más de 31.000 en 2004. En arrozales y basureros las cigüeñas han encontrado una nueva fuente de alimentación que les permite soportar el invierno en tierras peninsulares, sin necesidad de marcharse hasta la lejana África subsahariana.

Estudiar con detalle los movimientos de las especies, sus estrategias migratorias y los posibles cambios producidos en el tiempo es vital para el conocimiento y la conservación de las aves.Con este objetivo, SEO/BirdLife está estudiando la migración de las cigüeñas blancas con la colaboración de Fundación Iberdrola, el Grupo SaBio del IREC, la Estación Biológica de Doñana, la organización suiza Storch Schweiz, y los Gobiernos de La Rioja y el País Vasco.

Entre 2012 y 2014 se han marcado más de 60 cigüeñas blancas dentro del programa Migra en España: cinco en Álava, nueve en Cáceres, ocho en Ciudad Real, una en Huelva, dos en Huesca, una en La Rioja, tres en León, una en Lugo y seis en Madrid. De las aves disponibles en la web, 25 son cigüeñas adultas y 11 ejemplares marcados como pollos.

Se han empleado distintos tipos de dispositivos de seguimiento remoto: emisores satélite GPS y emisores GSM-GPS, que permiten la localización de cada ave con gran exactitud varias veces al día, y envían la información periódicamente. Así conocemos casi en tiempo real la posición de cada cigüeña marcada, y es posible seguir diariamente sus movimientos. Las cigüeñas marcadas nos han mostrado muy distintos comportamientos migratorios, desde no moverse de su nido, hasta desplazarse más de 3.400 kilómetros para invernar en el Sahel africano.

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