El edificio que ocupa el Museo del Prado fue concebido originalmente para albergar el Gabinete de Historia Natural. Iba a formar parte del macro proyecto ideado por Carlos III, junto al Real Jardín Botánico y el Real Observatorio Astronómico formando un conjunto llamado la Colina de las Ciencias. Las obras del edificio se alargaron durante el reinado de Carlos III y de Carlos IV. Cuando ya estaba a punto, la Guerra de la Independencia hizo que este proyecto cayese en el olvido.
Es con el mandato del nieto de su promotor, Fernando VII, cuando este espacio empieza a ser aprovechado casi de rebote. Resulta que el monarca quiso modernizar el Palacio Real con lo más ‘in’ del momento, una novedad que arrasaba en ciudades como París, el papel pintado para cubrir las paredes. En ese momento decide prescindir de los viejos lienzos de Rubens, El Greco o Velázquez que adornaban estancias del palacio. ¿Qué hacer entonces con todos esos viejos cuadros?
Fernando VII aprovechó el enorme edificio creado por Juan de Villanueva a modo de trastero. Allí empezó a almacenar todas las obras que le sobraban. Menos mal que a su esposa, Isabel de Braganza, verdadera impulsora del museo, se le ocurrió sacar mayor partido de este lugar. Con todos los cuadros que su marido había desechado impulsó la creación de un museo para la ciudad de Madrid. Su apoyo resultó vital para que el Prado abriese sus puertas un 19 de noviembre de 1819.
Entonces lo hizo con otro nombre, Museo Real de Pinturas y bajo otras circunstancias. Sólo estaba abierto al público un día a la semana y cinco para copistas y estudiosos. Con el paso de los años el tamaño de su colección fue creciendo hasta contar con más de 8.600 obras (de las que sólo se exponen unas 1.200) y por ejemplo, en 2010, fue el undécimo museo más visitado del mundo. Unos datos que no están nada mal para un lugar cuya primera función fue la de trastero.
Fuente: http://www.secretosdemadrid.es/el-prado-museo-por-accidente/
¿Os apetece una visita nocturna al Museo del Prado?
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