Todos los niños saben que cuándo se
le cae un diente tiene que guardarlo bajo su almohada y por la mañana
tendrá una moneda de regalo.
El ratoncito Pérez necesita todos los
dientes de los niños para hacer su casita. Su casita hoy es un
Museo y se encuentra en la calle Arenal nº 8 de Madrid, muy cerquita
de la Puerta del Sol.
¿Pero sabéis dónde nació el ratón?,
nada menos que en el Palacio Real de Madrid.
Os cuento la historia, a la muerte del
Rey Alfonso XII, fue regente su viuda María Cristina hasta la
mayoría de edad de Alfonso XIII, que de niño tenía una salud
delicada y por eso era muy mimado. Cuándo cumplió 8 años se le
cayo un diente y se asusto mucho. Por eso su madre le pidió al
famoso novelista jesuita el Padre Luis Coloma escribiera un cuento
para el pequeño príncipe. En el cuento el personaje principal es el
pequeño Rey Buby I (apodo con el que la reina llamaba cariñosamente
al príncipe Alfonso).
Cuento del Ratón Pérez de Luis Coloma
Hace mucho tiempo, en Madrid vivía un
Rey. Era un Rey pequeño y se llamaba Buby I. Ser Rey es una cosa
bastante complicada, pero él lo hacía muy bien. Hacía leyes
justas, se preocupaba por todo lo que pasaba en su reino y no se
metía en guerras. Para las cosas complicadas del reinar, su madre le
echaba una manita. El Rey tenía poco más de seis años cuando,
cenando notó que un diente se le movía. Uf, y se le movía mucho.
Que a un niño se le mueva un diente es algo normal, queda en casa.
Pero que se le mueva un diente a un rey, es un acontecimiento
“realmente” importante. Por eso enseguida se congregaron en la
puerta del comedor los médicos reales, algunos ministros, el
ayudante de cámara y más gente de cuyos rangos no me acuerdo ahora.
Todos estaban muy nerviosos. Dijo la Reina: ¡Que no entren todavía,
que no se ha terminado el filete! Las reinas, excepto las de las
barajas, son madres también, y saben lo importante que es la cena,
masticar bien la carne, las frutas, la verdura… y saben que los
niños a veces intentan cualquier excusa para levantarse antes de
terminar. Hasta que no te termines… pero Buby la interrumpió: Me
dueleeeeeeee Con mucho cuidado tocó la reina un incisivo del Rey y
pudo comprobar que decía la verdad. Hizo sonar una campanilla, entró
al oírla su ayudante y le dijo la reina muy seria: que se lleven
este filete y traigan un doctor. O dos.
Así son las reinas. Uno decía que
había que sacarlo, otro que había que dejarlo.. Unos que poco a
poco, otro que de un tirón. Uno que con anestesia local, otro que
con general... el caso es que terminó opinando toda la Facultad de
Odontologia El Rey era niño, pero muy valiente, así que les dijo:
sacádmelo de una vez, que no pienso llorar. Aligeren señores, que
me quiero ir a acostar. Nadie quería hacerle daño al Rey. Por eso
se hizo un gran silencio. Hasta que un médico anciano, refunfuñando,
dijo: vale, ya me encargo yo. Se hizo un gran silencio. El médico
dio un tironcito, no le hizo falta mucho esfuerzo, el diente salió
enseguida. Buby hizo algún puchero. La reina: no ha sido nada. La
doncella: Ay, que diente tan bonito. El ministro: que lo expongan en
la entrada. El consejero: No, no, no, que lo lleven a un museo, para
que lo vean todos, que lo engarcen con oro, sobre rojo terciopelo.
Pero intervino Buby: que no, que me lo llevo yo, porque soy Rey, pero
sobre todo, porque es mío. El Rey había oído hablar de Ratón
Pérez, ese roedor que por la noche recoge los dientes de los niños
y les deja algún obsequio, monedita o similar. Siempre que sean
dientes que los niños han cuidado cepillándolos tres veces al día,
sobre todo si han comido chucherías. Mandó el Rey a cada uno a su
casa, porque se quería acostar. Se retiró a sus aposentos, se lavo
muy bien los dientes que le quedaban y se metió en la cama a
esperar. Puso debajo de la almohada el que le habían quitado. En su
cara había una sonrisa mellada y mucho sueño.
Yo esta noche no me duermo, quiero
conocer a Pérez. Ensayaba una y otra vez lo que le iba a decir
cuando lo viera, pero, ¡cómo son las cosas! el ratoncito se
retrasaba y el Rey… se quedó dormido hecho una madejita. Al poco
apareció Pérez, se puso manos a la obra para sacar el diente de
debajo de la almohada y entonces el Rey notó algo y se despertó.
Imaginaos la escena: Ratón Pérez con las manos en la masa, quiero
decir con las manos en el diente, y el rey mirándolo a menos de un
palmo de su cara. Al rey se le olvidó todo lo que había pensado
decirle al ratón, y éste –al verle indeciso- improvisó un saludo
cortés con una profunda reverencia. Sólo con ver el gesto se
percató Buby de que Pérez era un ratón de mundo, con buena
educación y don para tratar con cualquier tipo de gente.
– Sepa
usted, señor Pérez, que admiro mucho su trabajo –dijo Buby. –
Es un gran honor para mí, Majestad, recibir estos halagos. Pero sólo
soy un ratón que se preocupa por los dientes de los niños –contestó
Pérez. – Siempre he querido saber más de usted, de su trabajo, de
dónde vive, si tiene hijos, si está casado... – Aparte de
repartir regalos y recoger dientes -no sólo en España sino por todo
el mundo- soy un ratón muy normalito: casado, con tres hijos, que
saca adelante a su familia y que vive en un sótano espacioso a la
par que coqueto en la calle Arenal, como quien dice a tiro de piedra
de este maravilloso palacio. A medida que la conversación se
animaba, el rey iba cogiendo confianza con Pérez y en un momento
dado saltó de la cama y se puso su ropa... – Ay, ay, ay, que me
estoy oliendo vuestras intenciones –dijo Pérez. – Dejadme
acompañaros en vuestro trabajo, esta misma noche. Por favor, quiero
conocer el Madrid que tú recorréis a diario. Viendo Pérez que no
iba a tener opción de resistirse dio un salto al hombro del niño y
le metió la punta del rabo en la nariz. No sé si habéis probado
alguna vez a meteros un rabo de ratón en la nariz, pero no hay nada
que haga más cosquillas. El Rey estornudó y por hechizo quedó
convertido en un ratón. Ataviado con finas vestiduras pero ratón de
cabo a rabo Salieron de la habitación por un agujero que había
debajo de la cama y se encaminaron hacia las alcantarillas.
Por allí
anduvieron hacia la casa de Pérez. El rey iba con más miedo que
vergüenza, normal, imagínate tú metido a oscuras en las
canalizaciones subterráneas de Madrid y además convertido en ratón.
¡Que los reyes no son de piedra! Llegaron a la casa del ratón
después de doblar una esquina formada por una gran columna de
quesos. ¡Así cualquiera! Pérez presentó al rey a su familia. –
Aquí la señora de Pérez. Ésta es mi hija Adelaida que toca el
arpa, y ésta es Elvira, que estudia piano. En ese momento llegó
Adolfo. – Y éste es el cabeza loca de mi hijo que juega al póker
y al polo. Tomaron el té, charlaron de temas livianos... el rey
estaba muy a gusto al calor de esta familia ratonil. Pero al poco
Pérez se levantó, cogió una bolsa roja que se echó a la espalda y
dirigiéndose al Rey dijo: – Aun queda tarea por hacer y ha de ser
antes del amanecer, así que, si os place acompañarme... El Rey se
despidió cortésmente de sus anfitriones y salieron de nuevo a las
alcantarillas.
Según iban esquivando inmundicias y
protegiéndose de las alimañas Pérez iba poniendo en antecedentes a
Buby. – En la calle Jacometrezzo vive un niño a quien hay que
visitar. Es el primer diente que pierde. Se llama Gilito. Lo malo es
que para llegar a la buhardilla donde vive con su madre, antes
tenemos que pasar por la cocina del piso de abajo. Allí está el
gato Don Gaiferos. No te cuento más para no ponerte nervioso.
Caminaron y caminaron... y en un momento, Pérez se detuvo. –
Chsssssss, Majestad. Y con el dedo en su hocico mandó al rey guardar
silencio. Por un agujero llegaba el resplandor de una habitación
ligeramente iluminada. Se asomaron y a Buby se le erizó hasta el
último pelo de la cola al ver a un gato gordo y atigrado que roncaba
al lado de la chimenea. – Es un momento muy delicado, ese monstruo
se llama Don Gaiferos. Si se despierta nos zampa. No porque sea malo,
sino porque está diseñado así, los gatos comen ratones, si
comieran hierba no serían gatos sino conejos. Cruzaron la habitación
con toda la cautela que dos ratones pueden tener, despacio,
aguantando la respiración. Y sin que Don Gaiferos se inmutara
consiguieron llegar al otro lado. – ¡Estamos salvados! –gritó
Buby. – ¡¡¡¡Chsssshhhhhaah!!!! No hagáis ningún ruido, que
todavía nos falta bastante camino. Vamos, tenemos que subir esas
escaleras –dijo Pérez.
Llegaron a la última planta y entraron
por un hueco bastante amplio en la pared a una buhardilla
destartalada y humilde. Sólo había una silla con el asiento roto,
un barreño con agua para lavarse, una lamparilla de aceite y una
cama de paja en el suelo donde Gilito dormía plácidamente hecho un
ovillo, apoyada la cara contra el pecho de su madre. Había más
cosas en la habitación, por ejemplo una bolsa de tela con un
mendrugo de pan. Había también un montón de grietas en el tejado
que hacían que el frío reinara en esa estancia cubriendo las mantas
de la cama con una capa de escarcha. El rey Buby se había sentado en
la silla y se había quedado mirando la escena. Él, que vivía con
todos los lujos que un rey tiene en la realidad, más los lujos que
tiene un rey en el cuento. – Nunca habría podido imaginar que en
Madrid hubiera niños tan pobres, durmiendo en el suelo y comiendo
apenas un mendruguito -musitó Buby. Entonces se le escaparon unas
lágrimas bien gordas. A todo esto Pérez ya había cogido el diente
de Gilito y lo había guardado en su bolsa roja. Era un colmillo bien
cuidado, se notaba que Gilito se limpiaba bien y masticaba con
cuidado. Dejó Pérez bajo la almohada una moneda de oro. No era
usual, ya sabéis que normalmente Pérez deja calderilla, pero sabía
que con esa moneda Gilito y su madre se iban a llevar una grandísima
alegría e iban a poder comer caliente un mes entero. Se volvió y se
topó con el rey que le ofrecía unas moneditas que llevaba encima,
no era mucho porque los reyes no suelen llevar suelto. Pérez
agradeció el gesto y colocó las monedas junto a la suya.
Todavía no entraban los primeros rayos
de luz en la buhardilla cuando la madre de Gilito empezó a
desperezarse. Tenía que madrugar mucho pues era lavandera en el
Manzanares. Se lavó la cara, se arregló la ropa y despertó al niño
– Venga Gilito, despierta, vamos, mi niño. Y le llenó la carita
de besos. Se levantó Gilito con una sonrisa que pintó un amanecer
en la cara de su madre. Pérez y el rey Buby estaban escondidos en un
rincón viendo lo que pasaba. De repente Gilito se acordó de su
diente y corrió a levantar la almohada. Madre e hijo se quedaron
paralizados al ver el regalo que había dejado Pérez. Y al instante
estallaron en risas, abrazos y bailes. Pérez y Buby ya bajaban las
escaleras y volvían al palacio en silencio. En silencio llegaron a
la habitación del Rey. Iba Buby a abrir la boca para agradecer a
Pérez la aventura cuando éste le metió el rabo en la nariz
provocándole un tremendo estornudo. Por un prodigio prodigioso Buby
se convirtió en niño arropado y dormido en su cama real. Y Pérez
volvió a meterse por el agujero que había debajo de la cama para
volver a casa. Los ratones que trabajan de noche siempre regresan a
casa cansados y taciturnos. Tristes no, pero con un poso de emoción
y melancolía en la mirada. Por ejemplo los ratones panaderos, los
ratones que reparten los periódicos, los ratones que hacen guardias
en los hospitales... o los que recogen dientes. Por un lado están
cansados, por otro disfrutan de un espectáculo maravilloso: el
despertar de la ciudad. Por un lado se sienten solos y a contra
corriente. Por otro saben que todos los demás les estamos
agradecidos por lo que han hecho.
Pérez no hace pan, ni se ocupa de los
periódicos ni atiende a enfermos. Se encarga de la ilusión de los
niños y de acompañarles -sin que ellos se den cuenta- en esas
noches en las que, diente a diente, van dejando de ser niños para
ser mayores. Por eso Pérez vuelve doblemente cansado, doblemente
silencioso y doblemente feliz. Se acostó Pérez en su casa de Arenal
número ocho mientras en el Palacio la reina despertaba al pequeño
Rey. – Vamos Buby, hay que levantarse, se te están pegando las
sábanas hoy, y es muy tarde ¿no has dormido bien? Vamos, levanta mi
niño. – Mamá, he tenido un sueño muy extraño– dijo Buby
frotándose los ojos. – ¿Has mirado debajo de la almohada? Quizá
Pérez te haya dejado algo. Buby dio un salto de la cama y levantó a
toda velocidad la almohada. AllÍ debajo había una cajita adornada
con incrustaciones de marfil y dentro una insignia del Toisón de Oro
toda cuajada de brillantes. La reina sonrió como si se esperara un
regalo parecido y el niño satisfecho y orgulloso se la prendió en
el pijama. – Mamá, ¿en Madrid hay niños pobres? – Sí, hijo,
sí. – ¿Y por qué Dios deja que pase eso?, ellos también son
hijos suyos.
La reina abrazó a Buby, pero no supo
qué contestar. Esa misma mañana, después de desayunar muy bien
para reponer fuerzas y lavarse los dientes Buby empezó a trabajar de
Rey. Cogió un papel real y escribió en él unas cuantas leyes para
que sus ministros las ejecutaran. La primera, que buscaran a todos
los niños pobres de Madrid y les dieran comida para saciar su hambre
y ropas con que protegerse del frío. La segunda, que se prohibiesen
los cepos y venenos contra los ratones. La tercera, que los gatos a
partir de ese preciso día debían salir a pasear con correa y bozal.
Y todo gato que fuese encontrado atacando a un ratón fuera
castigado. El rey Buby se hizo mayor y ya nadie le llamaba Buby sino
Alfonso XIII. Pero siempre fue un rey que se preocupó de los demás,
especialmente de los niños. Y mucha gente que lo conoció asegura
que su manera de ser generosa y entregada, tuvo que ver con su
amistad con Ratón Pérez.
FIN
1 comentario:
Precioso cuento. Gracias por compartirlo
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