martes, 27 de septiembre de 2016

La casa del Ratón Pérez

Todos los niños saben que cuándo se le cae un diente tiene que guardarlo bajo su almohada y por la mañana tendrá una moneda de regalo.

El ratoncito Pérez necesita todos los dientes de los niños para hacer su casita. Su casita hoy es un Museo y se encuentra en la calle Arenal nº 8 de Madrid, muy cerquita de la Puerta del Sol.





 


¿Pero sabéis dónde nació el ratón?, nada menos que en el Palacio Real de Madrid.

Os cuento la historia, a la muerte del Rey Alfonso XII, fue regente su viuda María Cristina hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII, que de niño tenía una salud delicada y por eso era muy mimado. Cuándo cumplió 8 años se le cayo un diente y se asusto mucho. Por eso su madre le pidió al famoso novelista jesuita el Padre Luis Coloma escribiera un cuento para el pequeño príncipe. En el cuento el personaje principal es el pequeño Rey Buby I (apodo con el que la reina llamaba cariñosamente al príncipe Alfonso).  


Cuento del Ratón Pérez de Luis Coloma

Hace mucho tiempo, en Madrid vivía un Rey. Era un Rey pequeño y se llamaba Buby I. Ser Rey es una cosa bastante complicada, pero él lo hacía muy bien. Hacía leyes justas, se preocupaba por todo lo que pasaba en su reino y no se metía en guerras. Para las cosas complicadas del reinar, su madre le echaba una manita. El Rey tenía poco más de seis años cuando, cenando notó que un diente se le movía. Uf, y se le movía mucho. Que a un niño se le mueva un diente es algo normal, queda en casa. Pero que se le mueva un diente a un rey, es un acontecimiento “realmente” importante. Por eso enseguida se congregaron en la puerta del comedor los médicos reales, algunos ministros, el ayudante de cámara y más gente de cuyos rangos no me acuerdo ahora. Todos estaban muy nerviosos. Dijo la Reina: ¡Que no entren todavía, que no se ha terminado el filete! Las reinas, excepto las de las barajas, son madres también, y saben lo importante que es la cena, masticar bien la carne, las frutas, la verdura… y saben que los niños a veces intentan cualquier excusa para levantarse antes de terminar. Hasta que no te termines… pero Buby la interrumpió: Me dueleeeeeeee Con mucho cuidado tocó la reina un incisivo del Rey y pudo comprobar que decía la verdad. Hizo sonar una campanilla, entró al oírla su ayudante y le dijo la reina muy seria: que se lleven este filete y traigan un doctor. O dos.

Así son las reinas. Uno decía que había que sacarlo, otro que había que dejarlo.. Unos que poco a poco, otro que de un tirón. Uno que con anestesia local, otro que con general... el caso es que terminó opinando toda la Facultad de Odontologia El Rey era niño, pero muy valiente, así que les dijo: sacádmelo de una vez, que no pienso llorar. Aligeren señores, que me quiero ir a acostar. Nadie quería hacerle daño al Rey. Por eso se hizo un gran silencio. Hasta que un médico anciano, refunfuñando, dijo: vale, ya me encargo yo. Se hizo un gran silencio. El médico dio un tironcito, no le hizo falta mucho esfuerzo, el diente salió enseguida. Buby hizo algún puchero. La reina: no ha sido nada. La doncella: Ay, que diente tan bonito. El ministro: que lo expongan en la entrada. El consejero: No, no, no, que lo lleven a un museo, para que lo vean todos, que lo engarcen con oro, sobre rojo terciopelo. Pero intervino Buby: que no, que me lo llevo yo, porque soy Rey, pero sobre todo, porque es mío. El Rey había oído hablar de Ratón Pérez, ese roedor que por la noche recoge los dientes de los niños y les deja algún obsequio, monedita o similar. Siempre que sean dientes que los niños han cuidado cepillándolos tres veces al día, sobre todo si han comido chucherías. Mandó el Rey a cada uno a su casa, porque se quería acostar. Se retiró a sus aposentos, se lavo muy bien los dientes que le quedaban y se metió en la cama a esperar. Puso debajo de la almohada el que le habían quitado. En su cara había una sonrisa mellada y mucho sueño.

Yo esta noche no me duermo, quiero conocer a Pérez. Ensayaba una y otra vez lo que le iba a decir cuando lo viera, pero, ¡cómo son las cosas! el ratoncito se retrasaba y el Rey… se quedó dormido hecho una madejita. Al poco apareció Pérez, se puso manos a la obra para sacar el diente de debajo de la almohada y entonces el Rey notó algo y se despertó. Imaginaos la escena: Ratón Pérez con las manos en la masa, quiero decir con las manos en el diente, y el rey mirándolo a menos de un palmo de su cara. Al rey se le olvidó todo lo que había pensado decirle al ratón, y éste –al verle indeciso- improvisó un saludo cortés con una profunda reverencia. Sólo con ver el gesto se percató Buby de que Pérez era un ratón de mundo, con buena educación y don para tratar con cualquier tipo de gente. 

– Sepa usted, señor Pérez, que admiro mucho su trabajo –dijo Buby. – Es un gran honor para mí, Majestad, recibir estos halagos. Pero sólo soy un ratón que se preocupa por los dientes de los niños –contestó Pérez. – Siempre he querido saber más de usted, de su trabajo, de dónde vive, si tiene hijos, si está casado... – Aparte de repartir regalos y recoger dientes -no sólo en España sino por todo el mundo- soy un ratón muy normalito: casado, con tres hijos, que saca adelante a su familia y que vive en un sótano espacioso a la par que coqueto en la calle Arenal, como quien dice a tiro de piedra de este maravilloso palacio. A medida que la conversación se animaba, el rey iba cogiendo confianza con Pérez y en un momento dado saltó de la cama y se puso su ropa... – Ay, ay, ay, que me estoy oliendo vuestras intenciones –dijo Pérez. – Dejadme acompañaros en vuestro trabajo, esta misma noche. Por favor, quiero conocer el Madrid que tú recorréis a diario. Viendo Pérez que no iba a tener opción de resistirse dio un salto al hombro del niño y le metió la punta del rabo en la nariz. No sé si habéis probado alguna vez a meteros un rabo de ratón en la nariz, pero no hay nada que haga más cosquillas. El Rey estornudó y por hechizo quedó convertido en un ratón. Ataviado con finas vestiduras pero ratón de cabo a rabo Salieron de la habitación por un agujero que había debajo de la cama y se encaminaron hacia las alcantarillas. 


Por allí anduvieron hacia la casa de Pérez. El rey iba con más miedo que vergüenza, normal, imagínate tú metido a oscuras en las canalizaciones subterráneas de Madrid y además convertido en ratón. ¡Que los reyes no son de piedra! Llegaron a la casa del ratón después de doblar una esquina formada por una gran columna de quesos. ¡Así cualquiera! Pérez presentó al rey a su familia. – Aquí la señora de Pérez. Ésta es mi hija Adelaida que toca el arpa, y ésta es Elvira, que estudia piano. En ese momento llegó Adolfo. – Y éste es el cabeza loca de mi hijo que juega al póker y al polo. Tomaron el té, charlaron de temas livianos... el rey estaba muy a gusto al calor de esta familia ratonil. Pero al poco Pérez se levantó, cogió una bolsa roja que se echó a la espalda y dirigiéndose al Rey dijo: – Aun queda tarea por hacer y ha de ser antes del amanecer, así que, si os place acompañarme... El Rey se despidió cortésmente de sus anfitriones y salieron de nuevo a las alcantarillas.

Según iban esquivando inmundicias y protegiéndose de las alimañas Pérez iba poniendo en antecedentes a Buby. – En la calle Jacometrezzo vive un niño a quien hay que visitar. Es el primer diente que pierde. Se llama Gilito. Lo malo es que para llegar a la buhardilla donde vive con su madre, antes tenemos que pasar por la cocina del piso de abajo. Allí está el gato Don Gaiferos. No te cuento más para no ponerte nervioso. Caminaron y caminaron... y en un momento, Pérez se detuvo. – Chsssssss, Majestad. Y con el dedo en su hocico mandó al rey guardar silencio. Por un agujero llegaba el resplandor de una habitación ligeramente iluminada. Se asomaron y a Buby se le erizó hasta el último pelo de la cola al ver a un gato gordo y atigrado que roncaba al lado de la chimenea. – Es un momento muy delicado, ese monstruo se llama Don Gaiferos. Si se despierta nos zampa. No porque sea malo, sino porque está diseñado así, los gatos comen ratones, si comieran hierba no serían gatos sino conejos. Cruzaron la habitación con toda la cautela que dos ratones pueden tener, despacio, aguantando la respiración. Y sin que Don Gaiferos se inmutara consiguieron llegar al otro lado. – ¡Estamos salvados! –gritó Buby. – ¡¡¡¡Chsssshhhhhaah!!!! No hagáis ningún ruido, que todavía nos falta bastante camino. Vamos, tenemos que subir esas escaleras –dijo Pérez.

Llegaron a la última planta y entraron por un hueco bastante amplio en la pared a una buhardilla destartalada y humilde. Sólo había una silla con el asiento roto, un barreño con agua para lavarse, una lamparilla de aceite y una cama de paja en el suelo donde Gilito dormía plácidamente hecho un ovillo, apoyada la cara contra el pecho de su madre. Había más cosas en la habitación, por ejemplo una bolsa de tela con un mendrugo de pan. Había también un montón de grietas en el tejado que hacían que el frío reinara en esa estancia cubriendo las mantas de la cama con una capa de escarcha. El rey Buby se había sentado en la silla y se había quedado mirando la escena. Él, que vivía con todos los lujos que un rey tiene en la realidad, más los lujos que tiene un rey en el cuento. – Nunca habría podido imaginar que en Madrid hubiera niños tan pobres, durmiendo en el suelo y comiendo apenas un mendruguito -musitó Buby. Entonces se le escaparon unas lágrimas bien gordas. A todo esto Pérez ya había cogido el diente de Gilito y lo había guardado en su bolsa roja. Era un colmillo bien cuidado, se notaba que Gilito se limpiaba bien y masticaba con cuidado. Dejó Pérez bajo la almohada una moneda de oro. No era usual, ya sabéis que normalmente Pérez deja calderilla, pero sabía que con esa moneda Gilito y su madre se iban a llevar una grandísima alegría e iban a poder comer caliente un mes entero. Se volvió y se topó con el rey que le ofrecía unas moneditas que llevaba encima, no era mucho porque los reyes no suelen llevar suelto. Pérez agradeció el gesto y colocó las monedas junto a la suya.

Todavía no entraban los primeros rayos de luz en la buhardilla cuando la madre de Gilito empezó a desperezarse. Tenía que madrugar mucho pues era lavandera en el Manzanares. Se lavó la cara, se arregló la ropa y despertó al niño – Venga Gilito, despierta, vamos, mi niño. Y le llenó la carita de besos. Se levantó Gilito con una sonrisa que pintó un amanecer en la cara de su madre. Pérez y el rey Buby estaban escondidos en un rincón viendo lo que pasaba. De repente Gilito se acordó de su diente y corrió a levantar la almohada. Madre e hijo se quedaron paralizados al ver el regalo que había dejado Pérez. Y al instante estallaron en risas, abrazos y bailes. Pérez y Buby ya bajaban las escaleras y volvían al palacio en silencio. En silencio llegaron a la habitación del Rey. Iba Buby a abrir la boca para agradecer a Pérez la aventura cuando éste le metió el rabo en la nariz provocándole un tremendo estornudo. Por un prodigio prodigioso Buby se convirtió en niño arropado y dormido en su cama real. Y Pérez volvió a meterse por el agujero que había debajo de la cama para volver a casa. Los ratones que trabajan de noche siempre regresan a casa cansados y taciturnos. Tristes no, pero con un poso de emoción y melancolía en la mirada. Por ejemplo los ratones panaderos, los ratones que reparten los periódicos, los ratones que hacen guardias en los hospitales... o los que recogen dientes. Por un lado están cansados, por otro disfrutan de un espectáculo maravilloso: el despertar de la ciudad. Por un lado se sienten solos y a contra corriente. Por otro saben que todos los demás les estamos agradecidos por lo que han hecho.

Pérez no hace pan, ni se ocupa de los periódicos ni atiende a enfermos. Se encarga de la ilusión de los niños y de acompañarles -sin que ellos se den cuenta- en esas noches en las que, diente a diente, van dejando de ser niños para ser mayores. Por eso Pérez vuelve doblemente cansado, doblemente silencioso y doblemente feliz. Se acostó Pérez en su casa de Arenal número ocho mientras en el Palacio la reina despertaba al pequeño Rey. – Vamos Buby, hay que levantarse, se te están pegando las sábanas hoy, y es muy tarde ¿no has dormido bien? Vamos, levanta mi niño. – Mamá, he tenido un sueño muy extraño– dijo Buby frotándose los ojos. – ¿Has mirado debajo de la almohada? Quizá Pérez te haya dejado algo. Buby dio un salto de la cama y levantó a toda velocidad la almohada. AllÍ debajo había una cajita adornada con incrustaciones de marfil y dentro una insignia del Toisón de Oro toda cuajada de brillantes. La reina sonrió como si se esperara un regalo parecido y el niño satisfecho y orgulloso se la prendió en el pijama. – Mamá, ¿en Madrid hay niños pobres? – Sí, hijo, sí. – ¿Y por qué Dios deja que pase eso?, ellos también son hijos suyos.

La reina abrazó a Buby, pero no supo qué contestar. Esa misma mañana, después de desayunar muy bien para reponer fuerzas y lavarse los dientes Buby empezó a trabajar de Rey. Cogió un papel real y escribió en él unas cuantas leyes para que sus ministros las ejecutaran. La primera, que buscaran a todos los niños pobres de Madrid y les dieran comida para saciar su hambre y ropas con que protegerse del frío. La segunda, que se prohibiesen los cepos y venenos contra los ratones. La tercera, que los gatos a partir de ese preciso día debían salir a pasear con correa y bozal. Y todo gato que fuese encontrado atacando a un ratón fuera castigado. El rey Buby se hizo mayor y ya nadie le llamaba Buby sino Alfonso XIII. Pero siempre fue un rey que se preocupó de los demás, especialmente de los niños. Y mucha gente que lo conoció asegura que su manera de ser generosa y entregada, tuvo que ver con su amistad con Ratón Pérez.

FIN

Fuente: Madrid Oculto

1 comentario:

Unknown dijo...

Precioso cuento. Gracias por compartirlo