Ya tengo las entradas para ver el domingo la última función de esta zarzuela de la que muy poco o nada se conoce, estrenada el pasado 28 de febrero en los Teatros del Canal de Madrid.
La malquerida, de Manuel Penella. Estrenada el 12 de abril de 1935 en el Teatro Victoria de Barcelona, se trata de la última zarzuela del amplio catálogo del compositor de Las musas latinas. Además, como en el caso de El gato montés, Curro Gallardo o Don Gil de Alcalá, fue el propio Penella quien se encargó de elaborar el libreto de este drama lírico en tres actos que, como es fácil adivinar, está basado en el drama homónimo original de Jacinto Benavente.
Cuando Penella decidió componer en los años 30 del siglo pasado una adaptación musical del drama benaventiano, la obra teatral era ya un título de absoluto repertorio conocido por la inmensa mayoría de los espectadores. La malquerida había sido estrenada por la compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza más de dos décadas antes, en 1913; en el ínterin a Benavente se le había otorgado el preciado Nobel de literatura en 1922. Penella, por tanto, apostaba sobre seguro, aunque precisamente por tratarse de un texto consagrado en su labor como libretista se limitaría a abreviar algunas escenas y a propiciar las ocasiones para introducir los números musicales. En esta labor sería bendecido por el propio Benavente, que asistió al estreno de la zarzuela y con quien se repartió a partes iguales los derechos de autor de la adaptación.
El drama rural de origen –salvaje, emocionante y directo– quedó así transfigurado en una vibrante zarzuela rural (no regionalista) que nos remite a títulos coetáneos como El cantar del arriero de Díaz Giles, Sol en la cumbre de Sorozábal o El ama de Guerrero. Es interesante constatar cómo en su trabajo Penella debió prestar atención a ciertos códigos del género lírico inexistentes en la obra teatral como la inevitable pareja de cómicos, la danza popular o, por supuesto, la presencia de un coro. El resultado final fue el de una zarzuela dramática con momentos de alta intensidad lírica equilibrados con otros números más convencionales, pero inspirados, para los cómicos y el coro. No podemos dejar de citar la serranilla cantada por Esteban acompañado por el coro, su dúo con Raimunda, la pucciniana plegaria de ella o las sabrosísimas coplas coreadas para la tiple cómica que en el tercer acto, por cierto, canta un garbosísimo pasacalle junto a su galán.
Como en El gato montés y desde los tiempos de La Dolores de Tomás Bretón, en La malquerida encontramos una copla popular que merodea por toda la partitura y que ya estaba presente (sin música) en el original de Benavente. Una copla que aparece en los momentos más dramáticos de la obra y que sintetiza toda la crudeza del incestuoso drama entre Raimunda, Esteban y Acacia:
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